El aula global



I. Andes



El frío de los Andes a mediados de junio es un frío especial. Sobre todo, antes de que los primeros rayos de luz vengan a atemperar el ambiente y a despertar al ganado. A Miguel le gustaría dormir hasta el alba, como el resto de sus compañeros. Pero, desde hace un par de meses, Miguel no es como ellos. Desde el momento en que su madre le trajo de la capital su primera tablet, el joven pastor de llamas no se ha separado de ella ni por un momento. En sus escasos ratos libres, no hace otra cosa que consultar la red.


Su pueblo, si bien sigue siendo de los más pequeños de la comarca, ya cuenta con una ingente biblioteca virtual con varios terminales de conexión. Pero, nada como tener quince años y disponer de todo el conocimiento del mundo al alcance de tus manos. ¡Y sin tener que dejar de leer cuando estás en lo mejor porque se ha terminado tu turno!


Miguel ya conoce las obras de Homero y Ovidio, las tierras egipcias y persas sobre las que escribió Heródoto y las impresionantes ciudades del norte de Marruecos, asomándose al estrecho. También ha leído ya la obra cumbre de la literatura universal: Las aventuras del ingenioso hidalgo, don Quijote de la Mancha. Y, sobre todo, se ha enamorado de la cultura mediterránea, tan exótica y lejana; y, aún así, tan unida por la lengua y la cultura.

Incluso, a su corta edad y desde su casa en la cordillera, Miguel se ha forjado un sueño: Llegar a hablar todas las lenguas románicas y dar la vuelta al Mediterráneo a pie. Por suerte, ya habla español; pero aún le queda mucho por aprender. Sin embargo, Miguel es un chico resuelto, y, ni corto ni perezoso, ya ha contactado con un profesor oficial, Marc, que desde hace dos semanas le da clases de valenciano a través de una plataforma del gobierno autonómico de la Comunidad Valenciana.

Esta mañana, Marc le ha citado a las 12:30, hora española. Aún es un poco temprano, pero Miguel se levanta de la cama feliz y va preparando sus útiles antes de llamar a Marc.

II. Mediterráneo
Hola, Toni:

Te escribo rápidamente porque no tengo mucho tiempo. Acabo de terminar las clases de valenciano y don Vladimir me ha citado a las cuatro, así que solo tengo una hora para comer antes de que me llame.

Este hombre es un entusiasta, siempre está deseando dar clase. Y, cada vez que le pido una tutoría, me responde al instante citándome para esa misma tarde. Ayer, porque ya tenía el cupo lleno con otros dos alumnos, si no...

¿Sabías que lleva siendo una eminencia en Física desde antes de que yo naciera? Y, aún así, dice que las clases por internet le han devuelto el amor por la docencia. Parece ser que un auditorio de 500 personas se le queda pequeño... ¡Y necesita una clase a escala global!

 Aunque, claro, antes esto hubiera resultado imposible... ¿Quién hubiese imaginado que un ruso y un valenciano pudieran entenderse tan bien? ¡Y sin recurrir al latín!

En fin, te dejo, que ya solo me queda media hora para comer. Suerte que los traductores de hoy en día ya no necesitan configuración y reconocen tu acento automáticamente, si no, no llegaría a la cita. Y, Vladimir es buen profesor, pero no perdona la impuntualidad.

Ya te escribiré otro día, con más tiempo, para contarte cómo siguen mis alumnos. Y tú también, cuéntame cómo vas con el Patreon de dibujo, que, si se da bien, yo también me hago uno para coger más alumnos.

Un abrazo,

Marc



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