Cien años de soledad: lo mágico es la palabra.







Y antes de terminar la clase, como lo hacía un profesor mío, me gustaría compartir un recuerdo con vosotros. Un recuerdo de cuando más o menos tenía vuestra edad y un buen día llegó a mis manos un libro que ponía en su portada una cantidad de años que por aquel entonces me parecía una eternidad, toda una vida.
Yo leí Cien años de soledad, del escritor Gabriel García Márquez, a la edad de 12 años, cuando estaba iniciando mis estudios de secundaria. En un principio, esta lectura puede parecer arriesgada para una persona tan joven. Sin embargo, la inmensa creatividad e imaginación que derrocha la novela hicieron que me quedase enganchado, hasta el punto de pasar días enteros recorriendo las calles de Macondo junto a sus personajes. Ah, esos gitanos errantes que a su paso por el pueblo dejaban instrumentos novedosos que los Buendía aplicaban con pasión.



Entre sus páginas pude encontrar pues un universo rico de personajes, pero también en  paisajes y sobre todo en  idiosincrasias  que –fiel a las características del realismo mágico– salía de lo cotidiano para mostrarme nuevos horizontes culturales. Algunos similares a los míos y otros distintos o novedosos, o mostrados desde un ángulo diferente, desde otra perspectiva, transformados o enriquecidos por el lenguaje. Era el lenguaje, la forma de narrar, el estilo, lo que transformaba aquellos hechos cotidianos, pueblerinos, en grandilocuentes. O quizás sea más preciso decir que era la plasticidad del lenguaje, el buen manejo que de este tenía el autor, el que se adaptaba a ese mundo – real o imaginario - que nos narraba. Me parece que pude entrever que lenguaje y realidad literaria se articulaban de una manera coherente.
Y es el lenguaje, inherente al ser humano, su caracterizador principal, el que nos permite percibir que las relaciones personales y los sentimientos que se plasman en la novela, desde el amor prohibido y la amargura del rechazo hasta el aislamiento o el desencanto, nunca serán del todo ajenas a ninguna persona y, por ello, abrieron ante mí un aluvión de preguntas que hasta ese momento no me había planteado. Más aún, la trama del libro se va construyendo sobre un fondo histórico pleno de referencias reales que permite ahondar en cuestiones como la guerra, la dictadura, el desarrollo tecnológico, las desigualdades sociales, la lucha de los trabajadores o la represión armada.
En definitiva, más de medio siglo después de la publicación del libro, Macondo sigue siendo un mundo de bolsillo, un auténtico terreno de pruebas en el que tenemos la posibilidad de experimentar lo mejor y lo peor del ser humano, lo más bello a lo que podamos aspirar y lo más espantoso que puede llegar en ocasiones a depararnos la vida. Un territorio en el que comenzar a formarse como personas, como individuos y como miembros de una sociedad en la que, como en la novela de Márquez, todas las posibilidades existen y solo de nosotros dependerá el camino que queramos tomar.

Y si no me creen, en cuanto a la importancia de este libro, y no en relación a mis apreciaciones o recuerdos personales, pregúntenselo   a Netflix, que ya trabaja en la realización de una serie de similar nombre que sería  la adaptación de la  novela a la ficción fílmica. Dicen, por cierto,  sus productores, entre ellos los propios hijos del escritor colombiano, herederos de sus derechos de autor y también vinculados profesionalmente al mundo del cine, que el lenguaje audiovisual actual sí permitiría trasladar a la pantalla la estructura y lenguaje narrativo de la novela. Hasta el momento muchos especialistas desconfiaban de ello. El propio García Márquez amante del cine y guionista no lo tuvo muy claro y rechazó las distintas propuestas que le hicieron llegar para llevar Cien años de soledad al cine, aunque al parecer sí tenía más confianza en las posibilidades narrativas del formato televisivo como dice Álvaro Santana-Acuña.
Y aunque una y otra serán dos obras distintas , si leyesen a tiempo Cien años de soledad , antes de que Netflix estrene su propuesta fílmica, tendrán la oportunidad de comparar cómo una misma historia se narra con distintos lenguajes artísticos: el narrativo y el audiovisual, y el de nuestro tiempo es el lenguaje de las series.

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